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domingo, 30 de agosto de 2015

Del "experimento Filadelfia" y el "triángulo de las Bermudas"

      


     La leyenda del Eldridge, todo un destructor vuelto invisible, deriva de la desmagnetización de los buques para anular las minas magnéticas, sembradas por los submarinos y aviones alemanes a comienzos de la II Guerra Mundial. Como desde el 39 al 40 habían causado 425.000 t en pérdidas, se afanaron los aliados en crear un campo estático contrario al del casco, mediante circuitos recorridos por corriente continua así en el exterior como en el interior.
    Según testimonios epistolares de un marine, una luz verde envolvió al buque de escolta, que se evaporó, y vio consumidos por la propia proa a sus compañeros, etc. Alteraciones tales de la percepción ocurren cuando el ser humano, con su bioelectricidad intrínseca, atraviesa, dependiendo de su velocidad, un campo magnético superior a 2 T (teslas). Sobrevienen vértigo, mareos, e incluso un resabio metálico en la garganta, acompañados de destellos luminosos comparables a fosfenos. Aún recuerdo el número de cierta revista proclamada científica que despachó el proyecto desligando a Einstein de él, sin abordar un enigma inexplicado.

  


    Respecto al triángulo de las Bermudas, siempre se llamó mar de los Sargazos o «cementerio de barcos», debido a las tormentas tropicales en combinación con la corriente del Golfo. Cuando a esta, cálida, que forma torbellinos sobre la plataforma norteamericana, se le superpone un frente frío, surge la niebla. Embalada la corriente por el canal de Florida, aumenta con la corriente del mar de los Sargazos, y, a una velocidad de 8 km/h, puede dispersar turbulentamente los restos de avión o barco naufragado por 16 km2 en tres días. El propio Colón anotó que tres veces su brújula señaló una dirección errada (minerales ferruginosos en las Antillas Menores); y, en ocasiones, el mar se embravecía sin viento.


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